Los del Cholo le ganaron por 4 a 2 al Real en la final de la Supercopa de Europa. ¿Cuanto le costará al Madrid olvidarse de CR7?

Por Jesús Sánchez [Diario MARCA]

El Atlético se fue hasta Tallin para dejar atrás su última frontera. Superar al Real Madrid en Europa, lo que nunca había ocurrido, lo era. El equipo de Simeone, efectivo, hambriento, ilusionado en lo que parece el inicio de una época incluso más ambiciosa, conquistó la Supercopa, la tercera de su historia, para confirmar su extraordinario crecimiento, su espíritu inconformista, su vocación por dominar. Nadie había ganado una final internacional a los blancos en los últimos 18 años. El imposible lo hizo el Atlético, crecido en lo emocional pese a los golpes del pasado, tras un partido parejo, disputado, veraniego, resuelto en la prórroga ante un rival que jugó bien, pero que regaló demasiado. El Madrid empezó a malvivir sin Cristiano. Sólo fue un partido oficial sin el delantero portugués, un partido estival, pero perdió. Adiós al primer título de la temporada en el estreno de Lopetegui, que tampoco pudo emular a Zidane. Una nueva era. Para el Madrid y, por supuesto, para el supercampeón, el Atlético.

A los 50 segundos, Diego Costa se cocinó un gol como el delantero con estrellas Michelín que es. Chef de la pelea por los balones imposibles, al delantero hispano-brasileño le dieron un melón y le puso jamón ibérico. Controló con la cabeza, se hizo un autopase, Sergio Ramos no midió bien y Varane pecó de tibio. Delante de Keylor pero muy escorado, Diego descerrajó un derechazo que sorprendió al portero tico por el mismo sitio por el que los porteros de balonmano no atajan el lanzamiento desde los siete metros. Era el mejor arranque posible para el Atlético, el equipo maestro en la sufrida (y efectiva) disciplina del unocerismo.

El Atlético, consciente de que había que acumular grano en los primeros minutos ante la previsible falta de fuerzas, presionó bien, como el relojito que puso en hora Simeone hace ya unos años. A la lucha se ha incorporado Lemar, que lo ha entendido a la primera, bien enseñado por su amigo Griezmann. O te dejas la vida o no juegas. Y se entregaba a la causa atajando primero a Marcelo y después corriendo por la otra banda, con un gran sentido táctico y un espíritu admirable que terminó contagiando a la tropa rojiblanca, bien dirigida por Rodri, que parece llevar toda la vida con las rayas rojiblancas. Extraordinario fichaje. Busquets ya tiene sucesor.

Un equipo que no fuera el Madrid se hubiera deshilachado tras recibir un gol en el primer minuto de la primera final que jugaba sin Cristiano y sin Zidane. Pero el equipo de Lopetegui dejó atrás la zona cero tras el bombazo de Costa, se fue entonando en torno a la pelota, aprovechando el retroceso del Atlético, que se iba quedando en su campo, para empezar a probar la dimensión de Oblak. Lo hizo Asensio de tacón cuando a Marcelo le había dado por intervenir con más asiduidad. Su influencia es brutal. Cuando Benzema empató (minuto 27) el partido ya tenía color blanco.

Fue una galopada de Bale que dejó atrás a Lucas como si el lateral francés fuera una tortuga y la puso, con la pierna derecha, al segundo palo donde apareció el galo con oficio de ariete. Sin Cristiano, Bale y Benzema son mucho más. El remate fue fantástico y el gol un premio a la gran jugada del galés, cuyo repertorio es amplio. Gareth resultaba incontrolable para los jugadores del Atlético. Hasta el descanso, las alternativas se sucedieron. Llegó más el Madrid, y Asensio pudo marcar, pero el equipo de Simeone terminó bien, en la otra área, para abrochar una estupenda segunda parte. Muy divertida.

Tuvieron que pasar 17 años, 8 meses y 16 días (13 finales) para que el Real Madrid volviera a perder una final internacional. Se le apareció el Atlético de Madrid de Diego Simeone. HISTÓRICO.

La segunda parte fue otra cosa, algo peor. El Atlético la arrancó mejor, con mucho empuje. El Madrid competía bien. Presiona arriba el equipo de Lopetegui, muy solidario también a la hora de sufrir. Y lo hacen todos sus jugadores. Apenas intervenían los porteros, aunque el partido era ya de idas y venidas. Simeone decidió retirar a Griezmann, muy por debajo del encuentro, y Lopetegui dio entrada al Balón de Oro del Mundial, Modric, lo mejor de un banquillo blanco repleto de jóvenes y canteranos. Con el partido parejo, Juanfran hizo un penalti tras un forcejeo con Benzema. No hizo falta el VAR, que no había, para verlo con claridad.

Faltaban 25 minutos. Lemar volvió a tirar del Atlético, que no se rendía. Una torpeza de Marcelo le dio el empate. El balón se iba fuera de banda, pero el afán por rescatarlo se convirtió en un regalo para Juanfran. Correa se libró de dos rivales en el área y Costa la empujó. 2-2, minuto 79. Poco pasó hasta el final salvo que Marcelo pudo marcar de media chilena en el minuto 93. Sí, en el 93. Prórroga.

La noche iba ya de regalos. Sin demasiadas fuerzas, los detalles cobrarían importancia. Thomas lo fue. Ramos y Varane se pusieron a pasarse el balón en la frontal. El mediocentro rojiblanco se la birló al central para dársela a Saúl, que marcó de volea un gol extraordinario. El Madrid, que estaba siendo superior, se desplomó. Porque Costa, seis minutos después, se la robó a Carvajal para dársela a Koke, que anotó el cuarto. El Atlético había resistido hasta la victoria. Había alcanzado su karma.

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