El volante mendocino Enzo Pérez, hoy uno de los máximos referentes del equipo del Muñeco, tuvo una infancia marcada por las complicaciones económicas y el esfuerzo de sus padres.

Nacido en la localidad mendocina de Maipú, ya en sus primeros años de vida Enzo se cruzó la banda roja al corazón. Su padre Carlos, un albañil que se esforzó cada mañana para llevar un plato de comida a la mesa, le inculcó su amor por el Millonario y hasta lo llamó de esa manera en honor a Enzo Francescoli, notable goleador uruguayo y hoy mánager del club de Núñez.

Más allá de su pasión riverplatense y su sueño de llegar a Primera, Enzo, que comenzó a establecer un vínculo con la pelota en el club Petroleros de El Bermejo, tuvo una infancia complicada. “No fue fácil. Estábamos tres meses en una casa, cuatro meses en otra, éramos nómades. Se terminaba la plata para el alquiler, entonces mi viejo hablaba con algún conocido y le pedía que lo aguantara un tiempo hasta que consiguiera trabajo. Mi viejo era albañil y viste cómo son esos trabajos, ¿no? Una semana tenés, otra no”, expresó hace unos años en La Nación.

Y aportó sobre aquellos tiempos de complicaciones económicas y estadías fugaces: “Una vez le dieron una obra grande en un barrio, y ahí vivimos en una buena casa, pero en cuanto terminó la obra, afuera. En una época vivimos en un garage, con los colchones, la mesa, la garrafa para cocinar. Para bañarnos le teníamos que pedir el baño a la gente que vivía en la casa”.

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